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Los Cuchillos del Lobo (I)


 

Diario de Njord Halvard. Día 1


Nuestras órdenes eran claras, reunirnos en Hayth Alwakhz, un emisario imperial.

El viaje fue largo, y durante él, extrañas pesadillas invadieron mi mente. Una extraña mujer encadenada me llamaba en sueños pidiendo que la liberase...viajar por la disformidad debe estar volviéndome loco.

Por si todo esto no fuera suficientemente malo, en este viaje nos acompaña Lukas “el Tramposo”, lo cual significa siempre más problemas. Es literalmente como llevar una bomba de estasis abordo.

Cuando nos disponíamos a aterrizar en el planeta, unas extrañas turbulencias nos separaron de nuestros compañeros.

Lukas, dos escuadras de Garras Sangrientas, Espadas y Hachas, y yo caímos relativamente juntos. Nos reagrupamos y nos dirigíamos al punto de encuentro cuando nos dimos de bruces con un Rhino del Caos y su escolta.


Antes de que nos pudiéramos dar cuenta, un grupo de Havocs desembarcaron del Rhino y empezaron a disparar. Los Garras Sangrientas no tuvieron ninguna oportunidad y sólo el valiente Olaf salió con vida, refugiándose en un edificio en ruinas cercano.

Entonces Lukas, como poseído, cargó en dirección al Rhino, y yo no iba a dejar que ese desgraciado se llevara toda la gloria.

Estábamos espalda contra espalda rodeados de marines del caos, era como si no se acabaran nunca, y cuando pensaba que era el fin escuché el estruendo característico de los fusiles de fusión, al parecer nuestra escuadra de Erradicadores, de la que nos separamos al aterrizar, habían dado con nosotros en el momento preciso. 

La batalla fue terrible, acabamos con el Rhino, el muy desgraciado explotó y casi nos lleva por delante...Y cuando todo parecía haber terminado, de la nada apareció un Obliterator. Se dirigió corriendo al edificio donde se refugiaba el pobre Olaf.

Lukas corrió en su auxilio enfrentándose a esa abominación pero...cuando acabó con ella...no había ni rastro de Olaf... había desaparecido. No conozco a nadie más valiente que Olaf, alguien debe habérselo llevado.

El tiempo corría y debíamos dirigirnos al punto de reunión, más tarde volveríamos a buscar a Olaf pero... que lo encontrásemos… eso es otra historia.

Karl Vane caminaba nervioso frente a una de las puertas de la nave. Cada pocos pasos, se paraba, y fijaba una 

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