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Los Infames de Vane (VII)


El renacer


Karl Vane caminaba nervioso frente a una de las puertas de la nave. Cada pocos pasos, se paraba, y fijaba una mirada dura en la puerta, para después seguir caminando. Nadie se atrevía a dirigirse a él, y quien fuera que caminase por el mismo corredor debía de tener cuidado de no cruzarse en su camino.

El chirrido pesado y gaseoso de la puerta hizo que Vane se girase con la mirada iluminada. El giro fue tan brusco que a uno de los tripulantes de la nave no le dio tiempo de apartarse, y Vane lo apartó de un manotazo apresurándose hacia la puerta.

La estancia se encontraba sorprendentemente bien iluminada, lámparas y focos colgaban del techo inundándolo todo de una luz blanca casi cegadora. Perfectamente cuadrada, no había ni una sola ventana en las paredes de la estancia, solo algún panel que ya no estaba en su sitio mostraba la maraña de cables y tubos que se escondían tras el resto de paneles. En el centro de la estancia, sobre el suelo, se encontraba una maraña deforme de carne, cables, músculos y metales sin forma reconocible alguna. Arrodillados sobre ello, tres miembros de la tripulación hundían en aquel ser sus manos. Un cuarto hombre permanecía de pie entre ellos, con la ropa empapada de fluidos y los brazos cubiertos de sangre de un color aceitoso. En sus manos sujetaba una pequeña caja metálica, pulida e inmaculada. Con la mirada le indicó a Karl Vane que se acercara.

El olor en el interior de la sala era insoportable. Una mezcla avinagrada y ácida hizo que Vane echará de menos su casco. Camino hacia el hombre que le había indicado que pasará. Los cuatro hombres eran miembros de la tripulación, según el Capitán Bedroxa, los únicos que entendían algo de máquinas.

De cerca, la maraña del suelo cobraba forma, y aunque costaba distinguirlo entre los metales y los materiales sintéticos, se podían distinguir piernas, brazos y cabeza. El pecho estaba abierto con un corte irregular, se notaban los mordiscos de la sierras dentadas que se utilizaron. Un mar de fluidos permanecía en calma en el.

Solo nos falta colocar el dispositivo dentro, conectarlo y esperar que vuelva a la vida.

Si conseguía que aquella bestia luchase a su lado, puede que la balanza de su fortuna se equilibrase.

Aquel hombre, con más pinta de chatarrero que de mecánico, se arrodilló junto al ser, y sosteniendo en sus manos el dispositivo, las ahogó en el pecho. Hizo un par de movimientos bruscos y los fluidos del pecho comenzaron a moverse lentamente, como si estuvieran hirviendo. El hombre sacó una de sus manos cubierta de un líquido viscoso para coger un pequeño cable y volver a meter la mano. Los fluidos comenzaron a agitarse y en un segundo, a burbujear, y un segundo más tarde el pecho de la criatura se cerró, separando las manos del hombre del resto del cuerpo. Los brazos de la criatura, tendidos en el suelo comenzaron a mutar, a cambia de color y adoptaron mil formas. Vane se apartó unos pasos atrás.

Dos segundos de calma y una ráfaga de hueso y metal fue disparada, atravesando el cuerpo de los otros tres hombres. El cuarto, se arrastraba por el suelo, sobre sus muñones, intentando alcanzar el pasillo. Pero la criatura se incorporó pesadamente, y con unos pasos firmes y seguros se aproximó a él. Le sujetó la cabeza y le levantó del suelo. Los dedos se cerraron como una pinza y el cuerpo calló al suelo. La sangre y vísceras de aquel acto salpicaron el rostro de Vane, en su rostro se apreciaba una sonrisa.

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